lunes, 4 de mayo de 2009

Recensión


Desde el punto de vista anecdótico, James Lord nos narra los ultimos años de la vida del artista Giacometti.


Acudiendo a las sesiones en las que el artista trabajaba en sus estudio, Lord, en un modo distentido habla con Giacometti de todo en general, como si fuera una charla amistosa, de sobremesa.


Su lectura nos revelará también parte del universo artístico de Giacometti, sus comentarios acerca de Cézanne, al que admira («Fue el mejor pintor del siglo XIX. Uno de los mejores de todos los tiempos»), de Matisse, Fouquet, Velázquez, Balthus, Rodin, Picasso (cuyos retratos odia), Van Gogh... Desvelará también su relación con críticos y marchantes, y con su familia: su mujer Annette y su hermano Diego quien a su vez fue artista y ayudó a Giacometti en sus esculturas, además de servir de modelo en muchas de ellas.


Llegan los años en los que Giacometti comienza su relación con una mujer de la noche, son los años de los cuadros de grande formato, del premio de la Bienal de Venecia y del cáncer.


Lord nos da la clave de su praxis artística, la del pincel que araña la superficie y talla la figura sentada del modelo, hiriéndola en todos los sentidos, y empequeñeciéndola en el marco del marco del cuadro. El propio Giacometti señalaba que hacía sus figuras pequeñas “porque lo importante es el espacio”. El espacio que rodea las figuras, el témenos sagrado de los templos griegos, es lo que Giacometti busca.


“Alberto pensaba en alto mientras trabajaba, y James Lord ha anotado hora tras hora, día tras día, todos los dichos que ha escuchado durante las horas de pose: el resultado es un vivo recorrido por lo que fue el cielo de Alberto cuando se encontraba ante el modelo”

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